UN MUNDO EN PERMANENTE CAMBIO
Una de las más peligrosas y equivocadas creencias de nuestras sociedades reside en pensar que ya hemos alcanzado una situación de equilibrio y que, además, perdurará para siempre. El ejemplo de la errónea reflexión de Fukuyama, a finales del pasado siglo XX, sobre el Fin de la Historia podría ser adecuado sobre cómo nada permanece, todo se altera. En estas últimas dos décadas del arranque del siglo XXI este efecto turbulento, de cambio, se ha vivido dos veces, asociado con dos visiones para las soluciones de sus crisis profundamente distintas.
En la primera crisis del siglo, la que afloró en el 2008, a causa del desorden financiero resultante de la implantación de un neoliberalismo salvaje, la solución que se planteó en Europa fue de corte duro, radical, sin tener muy en cuenta la realidad de los ciudadanos a los que se aplicó. En ese periodo se adoptaron medidas que provocaron grandes impactos negativos para amplias capas de la población y supuso el freno radical de las medidas de progreso y transformación de las políticas más innovadoras, etc. Se estaba en las postrimerías de ese proceso, sin haber para nada recuperado las cuotas de bienestar perdidas, cuando llegó, de sorpresa para casi todos, la segunda gran crisis del siglo.
Ante la aparición, en el año 2020, de un virus que demostró nuestras fragilidades y que pulverizó las fronteras haciendo ridículas todas las barreras protectoras de los Estados, un hecho indiscutible ha emergido con fuerza: la disponibilidad de vacunas en plazos muy cortos, menos de doce meses. Su existencia se ha convertido en la primordial defensa antes tan tremendo ataque. Pero no ha sido este merecido éxito de la Ciencia, convertido en Innovación a través de la colaboración público-privada más eficiente de la reciente historia, el único hecho relevante que se deriva de esta crisis.
Es también muy importante el cambio que se ha dado en Europa para encarar las nefastas consecuencias socio económicas que se derivaron de la parada mundial de casi toda actividad productiva durante meses. Este bache, que llevó las cifras del PIB mundial a valores muy negativos, se ha enfrentado desde el sector público con políticas orientadas a la salvaguardia de los tejidos productivos y a la minoración de los daños económicos a la población, muy castigada básicamente en el ámbito sanitario.
Es muy relevante el cambio que se ha producido en Europa en la instrumentación de mecanismos de recuperación y transformación de sus sectores productivos. España, reaccionando bien y a tiempo, construyó su Plan ESPAÑA PUEDE, que sigue siendo el mejor proyecto, con visión en el medio plazo, que se ha diseñado desde la implantación de la democracia en nuestro país. Estas políticas han reforzado el papel de los Estados en la solución de la crisis y lo han plasmado mediante una ambiciosa propuesta de colaboración público-privada, uno de cuyos ejemplos más evidentes los tenemos en los PERTES.
Con estos nuevos mimbres hay que armar un nuevo cesto, y ante el emergente reto ya se oyen voces que alertan acerca del modelo en el que debe coexistir la libertad de los individuos y la normalización de los gobiernos. En este contexto, de gran ataque por las ideas iliberales a la democracia, creo que el éxito de este modelo en el que conviven, siempre con conflictos, ambas tensiones debe ser un objetivo altamente perseguido por los que creemos que en el siglo XX se alcanzaron las mejores cotas de la sociedad del bienestar en nuestros territorios.
Para que ese modelo funcione ambas partes involucradas han de hacer grandes transformaciones. En el sector privado se debe minimizar con firme decisión su propia capacidad de autodestrucción, mediante el control máximo de las prácticas que invaden de corrupción las acertadas políticas de invitación a la competencia. Desde el sector público, preparándose para transformar sus capacidades a los nuevos retos que se persiguen y que exigen una administración eficiente, preparada para los retos que implica la tecnología y el conocimiento. Un reciente artículo del Grupo de Reflexión de AMETIC ponía el acento en este aspecto del cambio de las Administraciones públicas. Su consecución es un reto que se convertirá en beneficio para todos si, como consecuencia de esta última crisis, pasamos a tener una administración capaz de cogestionar un futuro mucho más complejo, pero también mucho más eficiente.
La tecnología puede y se debe convertir en un mecanismo que haga más sencillo y eficaz este nuevo modelo donde la participación ciudadana encuentre las vías para mejorar la democracia y haga que los indiscutibles avances alcanzados en las últimas décadas sean útiles al servicio de sociedades más equilibradas, dispuestas a elegir por el modelo actual frente a los espejismos de modelos distintos que no nos dibujan escenarios para nada deseables.