LOS INGREDIENTES DE UN BUEN MENÚ

Leyendo hace unos días un periódico de ámbito nacional, me llamó la atención un largo artículo que versaba sobre el impacto de comer carne en la evolución de la especie humana. El autor de la teoría sostenía que el actual homo sapiens alcanzó su nivel evolutivo como consecuencia de haber alcanzado un nivel de ingesta suficiente de carne cocinada que exigía menos esfuerzo digestivo y por lo tanto un mejor aprovechamiento de su aporte calorífico y el consiguiente crecimiento de la masa cerebral. No es este un dominio en el que yo atesore un nivel de conocimientos como para permitirme un juicio, pero si que me provocó una reflexión sobre cuales son los ingredientes que permiten el crecimiento, el salto cualitativo entre un estado y otro de los seres vivos.

Haciendo la traslación de este tema a mi preocupación permanente de cómo salir de la debilidad de nuestro sistema español de ciencia, tecnología e innovación (SICTI) y haciendo un paralelismo atrevido, me pregunté que ingredientes básicos nos permitirían escalar a la categoría de “nación innovadora”. Y he aquí algunas reflexiones al respecto.

Siguiendo el ejemplo de los que realizaron en el pasado esta clase de ejercicio, son pocos los elementos que constituyen la receta mágica que da el crecimiento de las naciones.

El primero es la firme convicción de los que dirigen, sobre dónde quieren llegar, qué metas se quieren alcanzar. Sin esa premisa de arranque lo más fácil es girar alrededor de la posición que se quiere abandonar. Ya lo he declarado con reiteración, nosotros carecemos de un ambicioso plan que nos lleve a posiciones de liderazgo compartido en alguno de los elementos que compondrán los sectores con futuro. Y los tenemos, pero no los formulamos y consecuentemente, no los perseguimos con la fuerza y la decisión necesarias. De nuevo añorando a las MISIONES.

El segundo es contar con los recursos necesarios, imprescindibles elementos para acometer el viaje.  Los primarios recursos son los del talento y en ese ámbito hay que contar con los saberes de los individuos que se esfuerzan en imaginar los cambios y en aplicarlos con éxito, pero también con las empresas, vehículos insustituibles para transitar las ideas a elementos de uso y disfrute de la ciudadanía. Para que ambas partes de esa necesidad trabajen eficientemente es imprescindible contar con mecanismos de cooperación entre ambos actores, espacios y metodologías que no son evidentes ni se improvisan de forma sencilla o automática.

Mucho se ha estado hablando en los últimos tiempos de las recomendaciones de la OCDE para el Gobierno Español en ese particular ámbito. Ya se dispone de una hoja de ruta clara que habrá que seguir si queremos que estos ingredientes de la receta procuren sus mejores resultados. No soy muy optimista sobre el grado de atención que se presta a este déficit en nuestro país y como ya adelanté en anterior escrito, el Anteproyecto de la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación es una buena muestra de cómo no se ha entendido la gravedad de la situación y, consecuentemente, como no se aplican soluciones radicales al problema acuciante.

El tercer elemento imprescindible para poder acometer un reto de transformación lo constituyen los fondos para la financiación de los proyectos de cambio. Su principal fuente viene, y así ha sido en la historia de los últimos siglos, de los presupuestos públicos que las naciones que hoy ocupan las posiciones de cabeza dedicaron en el pasado. Adicionalmente, y como viene alertando Xavier Ferràs en sus publicaciones regulares, vivimos un momento donde MEGAINVERSIONES en tecnologías disruptivas lanzadas por esos mismos países punteros evidencian la necesidad de apostar desde los estados para ocupar las posiciones de liderazgo en el futuro próximo. Cifras muy importantes que persiguen involucrar al sector privado en prácticas de cooperación – otra vez la cooperación – y procurar fondos suficientes para tan largo y complejo viaje. Europa se ha sumado a esa ola inversora y España como país de la UE puede y deber actuar en consecuencia. El arranque del ESPAÑA PUEDE, el programa español, está dejando dudas en lugar de certezas que estamos a tiempo de corregir, pero no podemos ni debemos tardar mucho.

 Con un menor rango de cantidad, pero no de cualidad, existe otra fuente muy relevante de fondos para la creación de valor en las empresas que se reúne en lo que en los últimos tiempos se ha venido en llamar CAPITAL PRIVADO. Inversores privados nacionales y extranjeros apuestan sus recursos para el crecimiento de las empresas en las que invierten con el objetivo de obtener beneficios a través de su participación en el accionariado. Como consecuencia de ese empuje consiguen hacer crecer las compañías y mejorar su posicionamiento en los mercados internacionales. Una vez más cooperar para avanzar.

Este elemento, que en España se reúne en torno a ASCRI, asociación que cuenta con 252 gestoras de fondos en sus dos ámbitos, el del PRIVATE EQUITY y el VENTURE CAPITAL, sigue siendo un actor bastante desconocido por parte de las empresas a las que se dirige y por la ciudadanía en su conjunto. Sin embargo, en el último año con cifras publicadas recientemente, su cifra de inversiones realizadas en el territorio español alcanzó la nada despreciable cifra de 7.494 millones de euros a través de 841 operaciones. Las reglas que acompañan su funcionamiento están reguladas por reglamentos estrictos y en fechas recientes han recibido algunas innovaciones relevantes consecuencia de la Ley de Startup que se va a tramitar en breve en el Congreso.

Por su capacidad para jugar un papel importante en el crecimiento de nuestros SICTI y por las novedades anunciadas en esa Ley pienso que es oportuno dedicar más de atención a este instrumento de capital y por eso dedicaré, en breve, un próximo artículo.

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