LAS RAZONES POR LAS QUE NO FUNCIONA LA TRANSFERENCIA EN ESPAÑA
Esta semana se celebra en Málaga la X edición del Foro TRANSFIERE, Foro Europeo para la Ciencia, Tecnología e Innovación. Y como en las anteriores reuniones, bajo la reconocida dirección del Alcalde de tan valorada ciudad, nos juntaremos una muy amplia representación de todos aquellos que, a diario, tenemos algo que ver con los asuntos de su tan ambicioso título. Y es por lo tanto una buena ocasión para reiterar, una vez más, la pregunta que nos persigue en España desde hace ya varias décadas: ¿Cuáles son las razones por las que la cooperación entre el mundo de la investigación y el de la innovación es tan débil y produce tan escasa creación de valor finalista para la ciudadanía?
Imagino el escenario sometido a debate, con la simplificación típica de cualquier análisis ingenieril. Dos territorios y sus habitantes separados por una brecha que habrá que conectar a través de pasarelas. Cada uno de los grupos, divididos a su vez en las tribus o subgrupos que dan dificultad a este análisis pero que, a los efectos de identificar los problemas al más alto nivel, vamos a dejar en segundo plano en este momento.
Tomemos al primer colectivo, el de los investigadores, mayoritariamente situados en el ámbito del sector público, si bien cada vez más con pujantes componentes mucho más cercanos a la visión privada de la acción. Esos investigadores han optado por esa carrera profesional, desde una visión bastante endógena de su vocación y para los que los poderes públicos les han dado motivaciones en su desarrollo profesional que alimentan esa visión: su progreso dependerá, fundamentalmente de la publicación de sus investigaciones en medios relevantes, especializados en los distintos escenarios de las múltiples visiones científicas. Ese doble condicionamiento, el de origen, donde la empresa se ve como un elemento ajeno a su desempeño, y el de su carrera profesional, para nada ligada a su colaboración con el mundo exterior- la sociedad y sus empresas- ha creado barreras muy altas que dificultan su interrelación con la ciudadanía.
En el otro territorio, el de las empresas responsables en sus múltiples orientaciones de la innovación, se producen elementos que alimentan de forma restrictiva su alejamiento del segmento investigador público. El primero, y tal vez el más fácil de resolver, el del conocimiento de lo que se está haciendo al otro lado de la brecha. Para ello, se han creado entidades de difusión desde los centros públicos que debieran hacer difusión de sus producciones y que, en algunos casos como las Universidades Politécnicas de algunas ciudades españolas, con éxitos relevantes. Cambiar la orientación y profesionalizar esas oficinas es urgente pero no complejo; bastaría con decidirse a acometerlo, aguantando eso sí el coste que supone cualquier cambio en la estructura de lo público. El segundo, con mucho más reto, el de sintonizar los objetivos de los dos actores, sobre todo tratando de casar los plazos y respetar los intereses de cada parte. Esto no debiera ser inaccesible, ocurre con otras actividades de la vida de los ciudadanos y de las empresas, pero para ello es imprescindible que existan los mecanismos de puesta en común de ambas ambiciones y se generen las motivaciones para que todos encuentren el interés en colaborar. Es decir, tender los puentes.
Es en ocasiones como la recientemente vivida de la COVID-19 en las que la Ciencia aparece como la salvación ante un peligro evidente en el que todos, los investigadores y los ciudadanos, aparecen como estrechamente relacionados. Y deberíamos aprovecharlas para establecer las conexiones que aseguren los tránsitos entre ambos mundos. Es por ello el momento para acometer transformaciones de calado. Existen reflexiones recientes, algunas en curso como la que está acometiendo la OCDE por encargo del Ministerio de Ciencia e Innovación. Tenemos mimbres para armar el cesto. Algunas de las más evidentes están en relación con ideas fácilmente comprensibles que en el contexto de este escrito me ajustaré a enunciar.
La primera es incentivar las motivaciones de los investigadores para intensificar su colaboración con el mundo empresarial y con ello acelerar el componente innovador de sus trabajos. Y para ello hay que modificar los criterios que movilizan a cualquier profesional: su progreso a lo largo de la vida laboral y su remuneración. El primero, no muy complejo ni excesivamente costoso, se debe producir al introducir, como elementos positivos, la colaboración con el mundo empresarial en todos aquellos criterios que se evalúan para que alguien suba en la escalera de su profesión. Y existen, bien identificados por los propios investigadores, algunas decenas de sitios y actos en los que este reconocimiento se podría instalar de forma inmediata. El segundo, relacionado con la existencia de un mecanismo existente en el mundo investigador – los sexenios antes solo científicos y ahora de transferencia. Se realizó en los dos últimos años un piloto al que concurrieron 17.000 candidatos, una cifra bien significativa, que ha tenido múltiples complicaciones pero que, con tenacidad se ha resuelto. Ahora tocaría implantar ese mecanismo de forma regular en las carreras profesionales de los investigadores y se deben poner todos los medios para que se eliminen los obstáculos formales que dificulten su implantación. Ah, y se deben asignar presupuestos razonables que reconozcan esa dedicación más allá de los simbólicos pocos euros con los que se premia dicha orientación.
La segunda, relacionada con el mundo de la empresa, tiene ya algunos precedentes en territorios conocidos y cercanos. Se trata de incentivar los proyectos en colaboración entre el mundo empresarial y el investigador, a través de mejoras en la fiscalidad de las entidades pagadoras y en la distribución de los potenciales beneficios de los resultados consecuencia de dichos procesos innovadores. También y como una forma complementaria de los anterior se precisa modificar los instrumentos que alientan los proyectos colaborativos a través de una mejor distribución de los fondos haciendo que ambas partes reconozcan mejorar en sus cuentas respectivas como consecuencia de la participación cruzada en dichos proyectos. Mantener el esquema de préstamo y subvención actual para las futuras convocatorias es apostar a perdedor y sobre todo renunciar a cambiar algo que sabemos que no funciona.
Cuando salga el referido informe de la OCDE tendremos muchas más recomendaciones y podremos volver sobre este tema de nuevo. Por lo pronto, esta semana en Málaga, seguimos dándole vueltas a un estado de cosas que no nos puede dejar satisfechos.